EL MITO ESCANDINAVO DE LA CREACIÓN
En los tiempos en que nada existía, se abría en el espacio un vasto y vacío golfo llamado Ginnunga. Tenía una longitud y anchura inconmensurable y su profundidad estaba más allá de toda comprensión. No había costa, ni tampoco olas; porque aún no había mar y la tierra no estaba formada ni tampoco los cielos. Allí en el golfo estuvo el principio de las cosas. Allí por primera vez amaneció. Y en el perpetuo crepúsculo estaba el Padre, que gobierna todos los reinos y se mueve entre todas las cosas grandes y pequeñas.
Primero se formó, hacia el norte del
golfo, Nifelheim, la inmensa casa de oscuridad nebulosa y frío helador, y en el
Sur, Muspelheim, la casa luminosa del calor y de la luz. En medio de Nifelheim
estalló la gran fuente de donde todas las aguas fluyen y luego retornan. Se
llama Hvergelmer, la "caldera rugiente", y de allí surgieron, al
comienzo, doce tremendos ríos llamados Elivagar, que fluyen hacia el Sur, hacia
el Golfo. Una vasta distancia atravesaron desde su nacimiento y, entonces, el
veneno que arrastraban con ellos empezó a endurecerse como lo hace la escoria
que corre por una superficie, hasta que se congelaron y se convirtieron en
hielo. Allí los ríos crecieron en silencio y dejaron de moverse, y los gigantescos
bloques de hielo permanecieron juntos.
El vapor se elevó del hielo envenenado
y se congeló en forma de escarcha; capa tras capa se fueron amontonando en
formas fantásticas una sobre otras. Esa parte del golfo que se extiende hacia
el Norte era la región del horror y de la lucha. Fuertes masas de vapor negro
rodearon el hielo, y dentro estaban chirriantes torbellinos que nunca cesaban,
y bancos de huidiza niebla. Pero hacia el Sur Muspelheim brillaba con radiación
intensa, y mandaba bellas llamas y chispas de fuego brillante. El espacio que
había en medio de la región de las tempestades y de la oscuridad y de la región
del calor y de la luz era un crepúsculo pacífico, sereno y tranquilo como el
aire sin viento. Ahora, cuando las chispas de Muspelheim cayeron a través del
vapor congelado, y el calor llegó hasta allí por el poder del Padre, las gotas
de las mezclas empezaron a caer del cielo.
Y fue allí y entonces cuando la vida
comenzó a existir. Las gotas se hicieron más rápidas y una masa informe
tomó forma humana. Así vino a existir el grande y pesado gigante de arcilla que
se llamó Ymer. Tosco y desgarbado era Ymer y cuando se estiró y comenzó a
moverse fue torturado por los dolores producidos por un hambre feroz. Así que
salió ansioso en busca de comida, pero no había sustancia de la que él pudiera
comer. Los torbellinos le pasaban por encima y las oscuras nieblas le rodeaban
como un sudario. Más gotas cayeron de los lóbregos vapores, y luego se formó
una vaca gigante que se llamó Audhumala, "la vacía oscuridad". Ymer
la contempló permaneciendo allí en la oscuridad junto a los bloques de hielo y
avanzó débilmente hacia ella. Maravillándose, descubrió que de sus ubres salían
cuatro regueros blancos de leche, y con ansia bebió y bebió hasta que se llenó
con las semillas de la vida y se vio satisfecho.
Entonces una gran pesadez se vino
sobre Ymer y se tumbó, cayendo en un profundo sueño libre de pesadillas. El
calor y la fuerza le poseyeron, y el sudor se concentró en el sobaco de su
brazo izquierdo del cual, por el poder del Padre, se formó un hijo llamado
Mimer y una hija llamada Bestla. De Mimer descendieron los dioses Vana. Bajo
los pies de Ymer salió un hijo monstruoso de seis cabezas, que fue el antecesor
de los gigantes malignos del hielo, el temido Hrimthusar. Entonces Ymer
despertó. En cuanto a Audhumala, la gran vaca, no tenía verdor del que
alimentarse y permaneciendo en el borde de la oscuridad encontró sustento
chupando constantemente los enormes cantos rodados que tenían incrustados sal y
escarcha. Durante el espacio de un día se alimentó de esa manera, hasta que
apareció el pelo de una gran cabeza. Al segundo día la vaca volvió a los cantos
rodados y, antes de que hubiera dejado de chupar, una cabeza humana quedó al
descubierto. Al tercer día una noble forma saltó. Estada dotada de gran belleza
y era ligera y poderosa. Recibió el nombre de Bure, y fue el primero de los
dioses Asa.
Con el tiempo surgieron más seres
gigantes, nobles y malvados dioses. Mimer, que es Mente y Memoria, tuvo hijas,
cuyo jefe fue Urd, la diosa de la fortuna y la reina de la vida y de la muerte.
Bure tuvo un hijo llamado Bor, que tomó por esposa a Bestla, la hermana del
prudente Mimer. Tres hijos nacieron de ellos: el primero se llamó Odin
(espíritu), el segundo Ve, cuyo otro nombre es Honer, y el tercero Vile,
también conocido como Lodur y Loke. Odin se convirtió en el principal jefe de
los dioses Asa, y Honer fue jefe de los Vans. Ymer y su maligno hijo desataron
su ira y enemistad contra la familia de los dioses y pronto estalló la guerra
entre ellos. En ninguno de los lados hubo una pronta victoria, y fieros conflictos
se libraron durante largos años antes de que la Tierra se formara. Pero, al fin,
los hijos de Bor vencieron sobre los enemigos y les hicieron retroceder.
Con el tiempo se sucedieron grandes
asesinatos, que disminuyeron el ejército de los gigantes malignos hasta que
solamente quedo uno. Fue entonces cuando los dioses consiguieron su triunfo.
Ymer cayó al suelo y los victoriosos saltaron sobre él y le reventaron las
latientes venas de su cuello. Un gran diluvio de sangre salió de allí y toda la
raza de los gigantes se ahogó excepto Bergelmer, el anciano de la montaña, que
con su mujer se refugió en los bosques del gran molino del mundo. De éstos
descienden los Jotuns, que por siempre guardaron enemistad contra los dioses.
El gran molino del mundo de los dioses estaba al cuidado de Mundilfore. Nueve
doncellas gigantes lo movían con gran violencia, y el rechinar de las piedras
hacía un clamor tan temible que no se podían oír ni las más altas tempestades.
El gran remolino es más grande que el mundo entero, porque de él se hizo el
gran molde de la Tierra.
Cuando Ymer murió los dioses se reunieron en consejo y se dispusieron a dar forma al mundo. Colocaron el cuerpo del gigante de arcilla sobre el molino y las doncellas lo ataron a él. Las piedras estaban manchadas de sangre, y la carne oscura salió como molde. Así se formó la Tierra y los dioses le dieron forma a su antojo. De los huesos de Ymer se formaron las rocas y las montañas; sus dientes y mandíbula se dividieron en dos, y cuando iban girando alrededor las doncellas del gigante tiraron los fragmentos aquí y allí, y éstas formaron las piedras y los cantos rodados. La sangre helada del gigante se convirtió en las aguas del vasto mar. Pero las doncellas del gigante no cesaron su labor cuando el cuerpo de Ymer estaba completamente machacado y la Tierra estaba formada y puesta en orden por los dioses. Cuerpos de gigante tras gigante se fueron colocando en el molino, que está situado tras el suelo del océano, y los restos de la carne son la arena que siempre está lavada alrededor de las orillas del mundo.
Cuando las aguas son lamidas por el
rotante ojo de la piedra del molino se forma un temeroso remolino y se producen
los flujos y reflujos del mar cuando se dirige a Hvergelmer, "la rugiente
caldera", en Nifelheim y es arrojado de nuevo hacia delante. Los mismos
cielos están formados para tambalearse por el gran molino del mundo alrededor
de Veraldar Nagli, "la punta del mundo", que es la estrella Polar.
Después, cuando los dioses habían dado forma a la Tierra, colocaron la calavera
de Ymer para que fuera al cielo. En cada uno de los cuatro puntos colocaron
como centinelas a fuertes enanos del Este, Oeste, Norte y Sur. La calavera de
Ymer descansa sobre su anchos hombros. Pero todavía el Sol no conocía su casa
ni la Luna su poder, y las estrellas no tenían lugar donde morar. Las estrellas
son brillantes chispas de fuego colocadas desde el Muspelheim por el gran golfo
y están fijadas en el cielo por los dioses para dar luz al mundo y brillo sobre
el mar. A cada uno de estos copos de fuego errante se asignaron un orden y movimiento,
de forma que cada uno tiene su lugar, tiempo y estación.
El Sol y la Luna también vieron sus cursos
regulados, porque son los mayores discos de fuego que salieron de Muspelheim, y
para que los caminos de los cielos pudieran soportarlos los dioses hicieron que
los herreros elfos, los hijos de Ivalde y los parientes de Sindre, construyeran
carros de oro fino. También existe un libro que compendia toda la mitología
finlandesa, El Kalevala, fruto de la recopilación que hizo Elias Lönnrot
(1802-1884), folclorista y poeta finlandés, que recorrió repetidas veces su
país, recogiendo los cantos populares que los bardos venián transmitiendo a
través de muchas generaciones. A partir de un material ingente compuso, en la
versión definitiva de 1849, la epopeya versificada El Kalevala, máxima
expresión literaria de un pueblo eminentemente imaginativo.
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